En días de fríos amaneceres
y opacos soles del hado
harapiento de ternuras,
postrado
sangro herido y huérfano de
placeres
alienado y acabado
con hambre, con sed y sin mis
poderes.
Clamo al cielo y sus
compuertas me cierra
mi dolor a solas lloro
la fiebre de amor con el vino
exploro
ajena a la esperanza a mi alma
aterra
y la paz que tanto imploro
no vive en ningún rincón de
la tierra.
Errante en delirio toco la
linde
de espesura de un vergel
la fuente cristalina de agua y
miel
del arroyo murmurador que
rinde
tributo al santuario aquel
para que a mi fe la proteja y
blinde.
Paraíso de gigante dosel
¡permite luz en un claro!
para que ella vibre hermosa al
amparo
de las voces y odio de un
mundo cruel
comadreado al descaro
y la insana naturaleza infiel.
Algazara de cencerros argüidos
alzados contra el clamor
de la dicha entre la abeja y
la flor
de los perpetuos amores
prohibidos
que luchan contra el dolor
y sus recuerdos no se echan a
olvidos.