El
mar, siempre el mar;
¡con
qué fuerza me atraen!
el
azul del mar profundo,
y
los bramidos del temporal.
Esos
susurros en las noches,
dulces
nanas para el sueño
que
el mar emite, sin reproches
porque
del silencio, es el dueño.
Cada
día con empeño
tropieza
el mar con mis ojos,
como
un dios omnipresente
sin
límites a sus antojos.
Desde
la cumbre veo el mar
lejano,
como salido del cielo,
y
desde medianías los veleros
imitan
gaviotas, en raso vuelo.
En
la playa su ley es sencilla,
aunque
sus ondas me ofrece,
el
mal que mi hombro padece
me
obliga a tomar la orilla.
Sin
que me asistan las prisas
para
el día, que yo me muera;
no
me coloquen en urna huera,
tirad
al mar azul mis cenizas.
Las
olas mecerán mis restos,
y
en las que se rompen bramando
visitaré
playas desiertas flotando
en
sabanas, de espuma envuelto.
Mirad
al mar, allí estará el viejo
en
el amanecer que quema,
en
la luna gigante que riela
y
en las letras de cada verso.
No
me pongáis flores no quiero,
el
tierno desplegarse de la ola
reemplaza
la más bella corona
de
flores y aromas de romero.
25
de junio 2020