miércoles, 16 de septiembre de 2020

Mi madre


 

Es dulce como la frescura

De los alisios del verano,

Farolito intermitente

De los momentos oscuros.


Tan pronto tuve entendederas

Reconocí la bondad vestida

De lóbrego y humilde arapo

Señalando el curso del camino.


La virtud más valiosa:

La del surtidor de sus pechos,

La del arroz y las legumbres,

Porque eso fuiste madre:

La vida te hizo nutrientes

Y allí te consumimos

En la sequía y en la abundancia.


¡Ay! Madre mía, no puedo

Vivir sin recordarte

En cada minuto presente,

No, no es posible.


Yo llevo tu imagen en mi mente,

Tu cultura en mi sangre,

De aquellas hábiles manos

Del congrí endulzado,

De los bombachos de mi infancia,

De la costurera, la cocinera,

De las cataplasmas para la fiebre,

Del acerbo aceite ricino

Colofón de la pócima antiparásita.


Manos hechas para el arrullo,

Derroche de bálsamo

para íntimas penas,

Acción correctiva

para el desvarío.

Caricias, para el dolor;

fervor para el pesar.


La madre, ya esté cerca,

ya esté lejos,

Es de nuestras vidas el soporte

Mas, cuando se nos va de entre los dedos,

Aquel inmenso amor, divino amor,

Ya no nos sostenemos en pies seguros.




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