Es dulce como la frescura
De los alisios del verano,
Farolito intermitente
De los momentos oscuros.
Tan pronto tuve entendederas
Reconocí la bondad vestida
De lóbrego y humilde arapo
Señalando el curso del camino.
La virtud más valiosa:
La del surtidor de sus pechos,
La del arroz y las legumbres,
Porque eso fuiste madre:
La vida te hizo nutrientes
Y allí te consumimos
En la sequía y en la abundancia.
¡Ay! Madre mía, no puedo
Vivir sin recordarte
En cada minuto presente,
No, no es posible.
Yo llevo tu imagen en mi mente,
Tu cultura en mi sangre,
De aquellas hábiles manos
Del congrí endulzado,
De los bombachos de mi infancia,
De la costurera, la cocinera,
De las cataplasmas para la fiebre,
Del acerbo aceite ricino
Colofón de la pócima antiparásita.
Manos hechas para el arrullo,
Derroche de bálsamo
para íntimas penas,
Acción correctiva
para el desvarío.
Caricias, para el dolor;
fervor para el pesar.
La madre, ya esté cerca,
ya esté lejos,
Es de nuestras vidas el soporte
Mas, cuando se nos va de entre los dedos,
Aquel inmenso amor, divino amor,
Ya no nos sostenemos en pies seguros.
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