Ese mágico embeleso
que arriba a tu alma
con el primer beso,
que dice lo que nunca
una palabra de amor
en alas de paloma blanca
tan quedito pronunció.
Es la chispa que pondera
a la llama ardiente
que no desaparece
y
al octavo sol en rotación,
con la fuerza que perdura
y nunca muere.
Es la gota de rocío
a diario, en la hoja verde,
la palabra en el oído,
la mirada cómplice;
es así de fácil abrazar el cielo
cada día y para siempre.
Se deshace en alaridos
la acechante rutina;
no cabe entre las manos
que dan agua al dominó,
ni entre las almas entrelazadas
sentadas en el sofá
debatiendo las escenas
después del peliculón.
Fue breve la primera vez,
cálido y casi a hurtadillas,
tierno
para almas longevas,
insatisfechas y anhelantes.
El beso, volvió a por más
y se quedó en las mañanas,
en las llegadas,
en las despedidas,
se quedó en la cocina,
correteó por el salón
y se multiplicó en la cama.
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